Todos sabemos (o deberíamos saber) que los celos son una de las peores soluciones que se han encontrado en materia de conservación y restauración de patrimonio documental.
Antiguamente, cuando nuestros abuelos y abuelas tenían un desgarro en un papel, hacían una pastita con agua y harina, que servía como cola, y después le pegaban un parche de papel encima. Esta solución, que podía ser tan limpia y pulcra como lo fuera la pericia de quién la aplicara, pegaba bien fuerte y era fácilmente reversible con un poco de humedad, cosa que nos facilita mucho la faena, aún hoy en día, a los restauradores, a la hora de retirarlos.
A principios de 1900 aparece, por motivos sanitarios, una nueva tecnología llamada «tape» o cinta. Durante los siguientes años la investigación iría evolucionando y los materiales cambiando hasta llegar a los tipos de cintas adhesivas que podemos encontrar hoy en día, como la cinta autoadhesiva invisible «Scotch Magic» que aparece en 1961 y aún usamos, o el «Filmoplast P» de 1984 y que también usamos hoy en día.
La aparición de esta tecnología significó la agilización de las tareas de reparación de libros y documentos puesto que te ahorrabas hacer la pastita con agua y harina, recortar el parche y en vez de eso directamente pegabas al desgarro el producto listo para ser usado.
Lo que pasó, como pasa con muchas innovaciones, fue que no se calcularon los efectos a medio y largo plazo en el comportamiento de los componentes de estas nuevas cintas ni de sus componentes con los papeles con los que entraban en contacto.
Puede que lo hayamos pensado nunca en esto, pero los celos están formados, como mínimo, por más de dos capas:
– Capa que evita que la cinta enrollada se pegue consigo misma.
– Capa de soporte, que puede ser de papel, tela, polipropileno, vinilo, acetato, etc.
– Capa de adhesivo sensible a la presión que pegará la capa de soporte con el papel desgarrado.
Podemos clasificar los celos según su adhesivo (a base de gomas, de polímeros vinílicos, de adhesivos acrílicos o emulsiones de polímeros) y según su soporte (papel, tela, plástico, etc.).
Así, el celo común y la cinta de precinto tienen un soporte de polipropileno y adhesivo acrílico, el celo Scotch Magic invisible tendría un soporte de acetato de celulosa y una cola acrílica, el Filmoplast P sería de papel con una cola acrílica, la cinta de pintor tendría un soporte de papel tratado con una cola de goma natural y la cinta aislante sería de PVC con una coma sintética.
Al principio decía que «los celos son una de las peores soluciones que se han encontrado para la reparación del patrimonio documental». La principal razón es que los adhesivos utilizados para las cintas autoadhesivas, con el paso del tiempo, envejecen, se resecan, se oscurecen y pierden su función original que es la de pegar.
Cuando un adhesivo se deteriora, la capa del soporte (plàstico, papale, tela, etc) suele desprenderse quedando sobre el papel el adhesivo envejecido y dejando una marca amarilla o marronosa. Pero a veces, la capa de soporte no se desprende si no que se vuelve quebradiza haciendo su eliminación bastante complicada. En el caso de la cinta de precinto (tanto de la típica marrón como de la blanca, un poco menos frecuente) el adhesivo que lleva tiene una carga de pigmento marrón o blanca que es lo que le da el color característico a la cinta. No es pues el plástico el que es de color, si no la cola. Así pues, el adhesivo penetra en las fibra (cada vez más a medida que envejece) y cada vez es más difícil de retirar. Por si fuera poco, si se utilizan disolventes para retirar la cola, este disuelve el adhesivo haciendo que los pigmentos de color penetren aún más en el papel.
A veces, incluso no hace falta ni que la cola se deteriore demasiado para que perjudique, por ejemplo, los elementos sustentados (o tintas). En la imagen podéis ver el envejecimiento de 6 tipos de celos que encontramos en el mercado actualmente: la cinta de pintor, el celo común, el celo Scotch Magic, el celo Crystal, el Filmoplast P y el Filmoplast P90. Esta muestra la preparó Antonio Mirabile en febrero de 2015 y, pasados solo tres años, podemos ver como prácticamente todos han hecho que se corra la tinta negra y la tinta azul de bolígrafo.
Recupero nuevamente lo que decía al principio: «los celos son una de las peores soluciones que se han encontrado» pero también es cierto que sin los celos muchos de los documentos que han llegado hasta nuestros tiempos no se habrían conservado. Llegan con frecuencia verdaderos destrozos hechas con cintas autoadhesivas ya sean celos comunes, cinta de precinto, cinta aislante o esparadrapo; llegan resecas o pegajosas, oxidadas o en perfecto estado, pero hay que reconocer que muchas de las piezas que han reparado se habrían perdido por el camino, de pedazo en pedazo hasta quedar reducidas a la nada.
Así pues, des de aquí, declaro mi relación amor-odio con las cintas autoadhesivas.
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